Maria Garrido Pascual, directora de la Oficina de Defensa de los Derechos del Menor del Gobierno de las Illes Balears |
Maria Garrido Pascual, directora de la Oficina de Defensa de los Derechos del Menor del Gobierno de las Illes Balears afirma que el Síndrome de Alienación Parental (SAP) sí existe.
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Mallorca
Nacida en Palma en 1967 y psicóloga de formación, llega a la administración después de diez años en ´las trincheras´ trabajando como profesora y orientadora en un centro educativo de Ciutat. Habla de los menores y sus problemas con conocimiento de causa, algo que se nota en su seguridad y sinceridad de respuesta, ajena totalmente a posibles directrices. Sabe que tiene poco presupuesto, pero en vez de lamentarse como otros se dispone a aumentar el campo de acción de su oficina con "ganas e imaginación"
MAR FERRAGUT. PALMA
Dar a conocer la Oficina de Defensa de los Derechos del Menor (ODDM)
es una de las primeras tareas que se ha marcado Garrido nada más
aterrizar. Recuerda que están en el nº4 A de la calle Sant Joan de la
Salle de la Palma y que su teléfono, el 971 17 70 95, está abierto a
todos, mayores y menores, para atender quejas y denuncias o para
solicitar asistencia.
—¿Cuántas actuaciones llevó a cabo la Oficina en 2011?
—
Yo no estaba, acabo de aterrizar hace un mes, pero en 2011 hubo un
total de 174 actuaciones, 24 quejas y 10 denuncias. La mayoría fueron
por temas de educación y después por desprotección de menores. Suelen
ser por temas de bullying, algún profesor que ha impuesto castigos
incorrectos, abusos de niños a otros niños más pequeños... En este
primer mes he evaluado qué se ha hecho y qué se podría hacer. Y creo que
la Oficina podría hacer mucho, mucho más.
— ¿En qué?
— Primero,
creo que la gente a nivel general no conoce la oficina y haremos
promoción. No tenemos recursos, pero tengo mucho imaginación, y le
pondremos ganas. Creo que deberíamos salir más y meternos en las
instituciones, estar allí, de forma vigilante. No tanto esperar a que
vengan los casos. Sólo observar ya te sirve para dar opinión y frenar
algunas situaciones. Hay mucho papeleo y burocracia, y creo que hay que
romper un poco con eso y salir. Y potenciar la intervención directa.
Vienen niños y adolescentes que buscan orientación y asesoramiento y yo
como defensora quiero estar ahí con ellos, en contacto.
— ¿Vienen muchos menores?
—
Sí, hoy viene un chico de 13 años por un tema de una separación. Está
agobiado y viene porque alguien le ha dicho que estamos aquí. En los
menores siempre hay un tema de manipulación, y queremos evitarlo.
Queremos escucharlos y ver qué dicen porque lo sienten y qué dicen
porque les han dicho que lo digan. Los menores no conocen la oficina,
pero para ello estamos trabajando, para, por ejemplo, meternos en las
redes sociales, que es su medio de comunicación y su lenguaje.
— ¿Es para preocuparse el número de casos de acoso escolar?
—
El tema del abuso es cada vez más habitual. Y es preocupante si en el
momento no se hace nada. Pero si se previene y los adultos se
responsabilizan, se pueden evitar estas cosas. Pero ahora estamos en un
momento en que los padres tienen muchos problemas y no miran a los
niños, y los niños tienen que hacer algo por llamar su atención. Y
muchas veces estos comportamientos de dominancia acaban en acoso sobre
los más desfavorecidos, los que tienen alguna minusvalía, los que no se
meten con nadie...
— Los menores no están a salvo de la crisis.
—
Les afecta totalmente. Imagina una familia que se ha quedado sin
trabajo, ya no puede atender las necesidades, entre comillas, de los
menores: quiero móvil, quiero dinero para salir... Si no se lo das
parece que no les quieres, pero si les das más de la cuenta te endeudas y
te generas problemas. La sociedad en general tiene que hacerse un
replanteamiento, y aparte creo que las familias y los educadores tenemos
que pensar bien qué estamos haciendo. Pasamos de darles todo a
quitárselo todo. Van a ser unos chicos que no van a poder tener los que
tuvieron las generaciones anteriores.
— Además los jóvenes hoy están
totalmente integrados en la sociedad de consumo. Y de repente no tener
dinero para comprarse una camiseta de Zara o el último ´smartphone´...
—
Exactamente, eso les genera mucha ansiedad y frustración. Los
adolescentes quieren tener cualquier cosa que les permita formar parte
del grupo, y si no, adiós, drama. Y dejan a un lado los problemas
familiares. No hablan si sus padres se han quedado sin trabajo. Les da
igual, ellos viven su vida. No es por maldad, es un egoísmo propio de la
edad.
— ¿Hay que replantearse la educación? ¿Ir hacia las cosas más básicas?
—
Creo que hay que recordar que por ley y como derecho de los niños, la
educación está en manos de los padres. No hay que emplear al colegio
como el aparcaniños y esperar que el centro nos solucione los problemas.
El entorno familiar tiene que ponerse las pilas y pensar qué estamos
haciendo con nuestros niños.
— Hace unos años proliferaban los 'niños
de las llaves', desatendidos o apuntados a mil actividades
extraescolares porque sus padres no podían conciliar vida familiar y
laboral. Ahora los niños se están acostumbrando a ver a sus padres en
casa y sin trabajo y en muchos casos, desanimados. ¿Qué huella les deja
eso? ¿Se les transmite el pesimismo?
— Hay más discusiones en casa,
el ambiente está más crispado... y no escuchan los problemas que tienen
sus hijos. Creo que esto va a devenir en un problema social , no grave,
pero sí que va a provocar un gran cambio de las estructuras. Tenemos que
buscar la ilusión que hemos perdido. El pesimismo se traspasa a los
niños.
— Balears es una de las comunidades con más divorcios. ¿Cómo evitar que el niño sea el centro de la disputa de los mayores?
—
Es una vergüenza como los mayores manipulan a sus hijos en estas cosas.
Parece mentira que no se den cuenta de que les están haciendo daño. Y
los niños, que no quieren perder a sus padres, escuchan. Hablamos en
general, no todos los casos son así, pero muchas veces los niños
escuchan a la madre arremetiendo contra el padre o al padre malmetiendo
contra la madre. No quieren fallar ni a uno ni a otro. A cierta edad los
niños vinculan más con la madre y todo el odio que se genera en el lado
de la familia materna proyecta en el niño contra el padre.
— Eso es síndrome de alienación parental. Hay expertos que dicen que no existe tal síndrome.
—
Sí existe. Mientras haya adultos que manipulen, hacia un lado u otro,
existirá. También pasa en el lado paterno. La figura masculina es más de
insultar y esto también lo proyecta sobre el niño. Las mujeres se
esfuerzan más en hablar estos temas, con expertos o con amigas, y los
psicólogos lo primero que le dicen es que no hablen mal del padre
delante de los niños. Pero los padres no suelen ir a estos expertos, y
muchos arremeten contra la madre delante del niño. El niño cuando es
pequeño está más vinculado a la madre, pero cuando es adolescente es más
fácil que el padre lo compre, con un móvil nuevo o dejándole salir
hasta las tantas. Los padres suelen dar más libertad.
— ¿Cuántas denuncias ha recibido la Oficina por los lazos por el catalán en los colegios?
—
A mí me sorprende que no hemos recibido ninguna denuncia ni de ningún
niño ni de ningún padre que diga que le ha molestado el lazo. Ha habido
una denuncia de alguna entidad. Lo estuvimos mirando con el asesor
jurídico y demás y vimos que realmente de entrada esto no ha afectado a
la vida en las escuelas. Yo creo que es un símbolo de algo cultural y no
una bandera, y creo que así se ve desde fuera. También ha venido una
denuncia por el vídeo del instituto en el que salían los alumnos y
algunos profesores cantando, y habría que analizarlo pero ninguno de los
niños ni de los padres ha venido a quejarse. ¿Deberíamos hacer algún
tipo de actuación? Es muy relativo. Creo que de un tema como la lengua
no hay que hacer un conflicto. Cada niño tiene derecho a educarse en su
lengua y a tener una educación y una cultura, con lo que si no se impide
el acceso a la cultura, no veo problema.
— ¿Descarta que se haya manipulado a los alumnos?
—
A ver, no conozco tanto el tema y cada instituto y cada profesor es un
caso. Habría que hablar con cada profesor implicado. Pero los centros
escolares tienen que ser lugares para educar, nunca para adoctrinar.
Cuando hay intereses políticos detrás de una acción hay que ir con mucho
cuidado, por que los chicos si se trata de protestar se apuntan a un
bombardeo, aunque a veces no se sepan por qué. Hay que explicar a los
chavales por qué se hace una cosa, eso es educar. No hay que imponer
desde una perspectiva política.
— ¿Qué consecuencias puede tener a la larga en un niño haber sido víctima de acoso escolar?
—
Si se lleva bien, si el niño es contenido y bien atendido, lo supera y
llega a abrirse, e incluso la experiencia le puede servir para coger
impulso y ser más fuerte ante otras cosas. Pero aquellos niños que no
han podido exteriorizarlo como toca, o en su familia no les han hecho
casos, posiblemente de adultos pueden convertirse en personas frustradas
e introvertidas, con problemas para relacionarse. Incluso puede que
ellos mismos piensen en hacer daño a otras personas como reflejo de lo
que han vivido. Por eso queremos meternos más en los centros escolares,
para potenciar la prevención y la vigilancia, porque los profesores lo
ven, pasan mucho tiempo con los chavales, y un profesor además de dar
matemáticas tiene que educar.
— En internet, el acoso escolar cobra una nueva dimensión. ¿Cómo controlarlo?
— Es la espina que tenemos ahora. Los padres, y nosotros, todos, hemos de perder el miedo a meternos en internet y aprender.
— Los niños saben mucho más que los padres.
—
Claro. Hace unos años los padres ponían a los niños delante de la tele
durante horas y ahora le ponen delante del ordenador. Y así como les das
la mano al cruzar la calle o les pones una sillita para ir en el coche,
en internet navegan libres y sin ningún tipo de vigilancia. Y les dejan
expuestos así a cosas más peligrosas que dejándoles salir por la noche
de marcha.
— ¿Cuáles son las principales amenazas en la red?
—
Ahora con los móviles tienen internet en cualquier sitio y pueden ser
víctimas de abuso por parte de otros menores en cualquier momento. Y
hablamos de niños de nueve o diez años. Es preocupante. El problema no
es de los niños, somos los adultos que les compramos cosas que no
necesitan a esas edades.
— ¿Y a qué edad hay que darle un móvil a un niño?
—
Depende de la situación del niño. Un niño que está localizado en el
colegio no tendría porque necesitar un móvil. Quizás hablaríamos de los
14 o 15 años, aunque yo creo que en realidad podrían esperar más porque
esos niños están controlados, o deberían estarlo. Con un simple móvil
les bastaría para estar controlados, pero es que quieren los de última
generación. Y en la conexión a internet puede estar el problema. Tienen
servicio de mensajería gratis, el Tuenti, que lo llevan adonde sea: lo
meten en clase, no atienden; lo llevan al baño o al vestuario, hacen una
foto por debajo de la puerta del váter y automáticamente la suben a la
red. En tres segundos todo el mundo la está viendo.
— ¿Con el móvil el ciberacoso se nos escapa todavía más de las manos?
—
Controlarlo es fácil: no les das al niño el móvil y se acabó. Pero si
el niño no tiene móvil, es un frustrado, ´pobrecito´, porque el resto de
la pandilla tiene. Y eso al padre le crea angustia. Te sorprendería ver
a familias en el paro, que no llegan a fin de mes, y el niño tiene el
último modelo de ´smartphone´. La solución es enseñar el uso adecuado,
responsable y racional del móvil y de internet. El uso constante del
móvil les está transformando, les cuesta comunicarse cara a cara. A
nivel de rendimiento académico también, y de relación con los demás.
Cosas que no se atreven a decir personalmente, sí se atreven en las
redes sociales.
— ¿Los padres tienen miedo a castigar, a poner límites?
—
No quieren entrar en la intimidad de su hijo para evitar un conflicto, y
les permiten de todo en internet. No les dejan salir de noche hasta
tarde pero sí les dejan estar las horas que quieran en internet y donde
quieran. Y no sabes con quien están hablando. Y ahí hay otra amenaza, un
adulto puede aprovechar una red de este tipo para meterse en la vida de
los chavales. Y es muy fácil suplantar la identidad de un chaval en
Tuenti y conseguir la información que quieras sobre él.
— ¿Hay que enseñarles a gestionar la identidad digital?
—
Hay muchos sitios donde se enseña esto, también hay portales de ayuda a
los padres. Aquí existía un Observatorio de Internet, pero no se le dio
el impulso que se merece. Tiene que haber más vigilancia e
intervención. Las fuerzas de Seguridad del Estado también tienen
departamentos encargados sólo de eso. No sé si reactivará, no tenemos
muchos recursos, pero vamos a intentar colaborar con los portales y
organismos que ya existen. Y con los colegios. Los padres tienen que
atreverse y meterse en internet, y poner límites a sus hijos.
— ¿Otra amenaza posible es que sean estafados? Hace un año se advirtió de los riesgos de los portales de apuestas.
—
Sí, totalmente. Es un riesgo, porque además los niños entran y se lo
toman como un juego, y es peligroso. Y hablando de juegos, te cuento una
de las primeras intervenciones que hicimos. Nos dimos cuenta de que en
la Fira del Ram estaban dando unas pistolas con balines que parecían
armas de verdad y que en el paquete ponía que no era recomendado para
menores de 18 años. Y en la Fira las estaban dando a todo el mundo.
Llamamos a Policía y luego estos llamaron a Consumo y se acabaron
retirando unas 117 armas. Fíjate con chorradas de estas no estamos
vigilantes: ha ido muchísima gente a la Fira y nadie ha dicho nada de
nada.
— A Froilán le dejaron usar un arma de verdad con 13 años y mire lo que ha pasado.
—
Ahí voy. La culpa es de los padres. No es que quiera proteger a los
niños de más, es que la culpa de que sean así como son y que hagan lo
que hacen, es de los padres.
— ¿Se deberían enseñar alfabetización digital en los colegios?
—
Debería ser una asignatura más. Ellos son los padres del futuro. Y si
ellos no son capaces de aprender estas nuevas normas de tolerancia y
respeto y saber que no te engañen, vamos mal. Estamos desfasados. Están
creciendo con un sistema totalmente diferente al nuestro. Les hablamos
de cosas y no las entienden porque ellos usan otro idioma.