Respuesta al artículo 'Los hombre también tenemos género' publicado en EL PAÍS el 18 de abril y escrito por Octavio Salazar Benítez.
Éste es el artículo al que se ha respondido:
Fuente: http://blogs.elpais.com/mujeres/2013/04/los-hombres-tambi%C3%A9n-tenemos-g%C3%A9nero-1.html
Este párrafo concentra el error fundamental del feminismo, que es al mismo tiempo el suyo:
"Como bien ha analizado el feminismo, el pacto social estuvo precedido de un “contrato sexual” mediante el que se consagró el privado como espacio de sometimiento de las mujeres mientras que en el público nosotros ejercíamos plenamente los derechos como ciudadanos".
El feminismo ha dogmatizado el "pacto sexual" de ese modo tan acientífico para culpabilizarle a usted y a los demás hombres desde lo que sólo es una ideología acrítica y cuasi-religiosa. Si quiere usted hablar de un "pacto sexual" con un mínimo de rigor científico empiece a considerar este otro:
"Como bien ha analizado el feminismo, el pacto social estuvo precedido de un “contrato sexual” mediante el que se consagró el privado como espacio de sometimiento de las mujeres mientras que en el público nosotros ejercíamos plenamente los derechos como ciudadanos".
El feminismo ha dogmatizado el "pacto sexual" de ese modo tan acientífico para culpabilizarle a usted y a los demás hombres desde lo que sólo es una ideología acrítica y cuasi-religiosa. Si quiere usted hablar de un "pacto sexual" con un mínimo de rigor científico empiece a considerar este otro:
El pacto social estuvo precedido (y no como condición, sino simplemente
como un pacto previo en el tiempo) por un "pacto sexual" mediante el que
las mujeres entregaron SEXO (qué otra cosa puede mediar en un pacto
sexual) a los hombres a cambio de caza y protección a ellas, a su prole y
a la tribu (negándoles ese sexo a los demás hombres: esa es la
participación activa de la mujer en la construcción del machismo, más
allá de su mera transmisión mediante la educación de sus hijos). Ese
pacto sexual es el origen esencial del machismo, y no un espíritu
masculino "perverso" con ansia de dominar a las mujeres, pues hasta
usted es capaz de ver que ser un hombre no ha sido históricamente ningún
camino de rosas...
Deje de demonizar a los hombres desde el dogma religioso feminista.
Sólo cuando los hombres alcanzaron lo que se llama el "pacto social" y
el Estado asumió el monopolio de la violencia se ha logrado que ésta
deje de ser una carga (obligatoria) sobre la espalda de cada hombre, que
debía enfrentarla para ser "un hombre como dios manda". Y esa es la
razón de que las mujeres puedan hoy ejercer sus derechos sin necesidad
de que nigún hombre vele por ellos a través de una protección física
que, cuando se ejerce, no puede conllevar otra cosa que derecho al
control y el dominio.
La primera y esencial piedra para la "liberación" de las mujeres la
puso el "pacto social" de los hombres, que es el que dicta la sentencia
de muerte del "pacto sexual"... El feminismo se ha limitado a dar el
paso cuando las puertas estaban abiertas, por más que se presente como
el protagonista de su derribo. El feminismo debería ocupar menos energía
en demonizar a los hombres y más en educar a las mujeres que aún creen
que el hombre que merece sus favores sexuales es el machote protector,
pues no son precisamente pocas. He ahí una contribución pendiente por
parte del feminismo y que sólo el feminismo puede hacer para enterrar el
verdadero "pacto sexual". Ése que el feminismo oculta al dar ese nombre
a lo que sólo es un fantasma (mito) producto de sus intereses
ideológicos acríticos.
Éste es el artículo al que se ha respondido:
Todavía hoy a muchos, y también a
muchas, les sigue sorprendiendo que me defina como hombre feminista, algo que
además en estos tiempos de retrocesos democráticos proclamo con contundencia
siempre que puedo. No obstante, a estas alturas debería ser incuestionable que
la igualdad de derechos de mujeres y
hombres es un presupuesto ineludible de la democracia. En consecuencia,
cualquier demócrata, hombre o mujer, debiera ser feminista, en cuanto que
individuo comprometido con el objetivo de que el sexo no sea un obstáculo para
el acceso a los bienes y el disfrute de los derechos. Desde el convencimiento de que el feminismo
no es lo contrario al machismo y de que la lucha de aquel no es contra los
hombres sino contra el orden social y cultural que representa el patriarcado.
A diferencia de las mujeres, que
llevan siglos cuestionando su lugar en la sociedad y el pacto social que las ha
mantenido históricamente discriminadas, los hombres no hemos tenido la
necesidad de mirarnos en el espejo y mucho menos de analizar críticamente una
estructuras que nos beneficiaban. Como bien sentenció John Stuart Mill, hemos
sido educados en la “pedagogía del privilegio” y, por tanto, nos hemos limitado
a ejercer el poder en unas estructuras binarias basadas en la supremacía de lo
masculino sobre lo femenino. Todo ello además con el respaldo garantista de los
ordenamientos jurídicos y desde la identificación de lo universal con lo masculino.
Con ese desigual reparto de posiciones se configuraron los Estados
contemporáneos, la teoría de los derechos humanos y hasta las mismas democracias
que durante décadas excluyeron a las mujeres de
la plena ciudadanía. Como bien ha analizado el feminismo, el pacto
social estuvo precedido de un “contrato sexual” mediante el que se consagró el
privado como espacio de sometimiento de las mujeres mientras que en el público
nosotros ejercíamos plenamente los derechos como ciudadanos.
En paralelo se consolidaron dos mundos, el
masculino y el femenino, articulados de manera jerárquica y a los que
correspondieron valores, hábitos y actitudes concebidos desde la oposición. En este contexto los hombres hemos sido
siempre socializados para desempeñar la función de proveedores y para
monopolizar la esfera pública.
Se nos ha educado para el ejercicio del poder,
el éxito profesional y la individualidad competitiva, lo cual ha implicado a su
vez el desarrollo de unas capacidades y la renuncia a otras. Es decir, se nos
ha socializado en el marco de unos valores y habilidades que contribuían a
alcanzar y mantener nuestro papel de héroes, al tiempo que negábamos las
capacidades consideradas femeninas. La masculinidad patriarcal, por tanto, se
ha construido sobre una afirmación –la que la vincula con el ejercicio del
poder y, en consecuencia también, con el uso en su caso de la violencia– y sobre
una negación –ser hombre es ante todo “no ser una mujer”.
No en vano el diccionario de la RAE mantiene
como una de las acepciones de feminidad “el estado anormal del varón en el que
concurren uno o varios caracteres femeninos”. De ahí que la homofobia,
entendida en un sentido amplio como rechazo de lo femenino y en sentido
estricto como negación de las opciones no heterosexuales, forme parte de la
definición de una virilidad que ha acabado actuando sobre nosotros como un “imperativo
categórico”.
En definitiva, y gracias al
patriarcado, los hombres también tenemos género, es decir, también “nos
hacemos”
de acuerdo con unas reglas sociales y culturales que determinan nuestro
lugar
en la sociedad así como nuestra propia identidad. Somos educados para
desempeñar el papel que se espera de nosotros y que está ligado a las
posiciones de privilegio que durante siglos nos han convertido en
sujetos activos frente a unas mujeres sometidas en lo privado y
condicionadas por su
papel de cuidadoras. Y no sólo nos hemos visto obligados a asumir como
máscaras
inalienables la agresividad, la competitividad, la obsesión por el
desempeño o
la fortaleza física, sino que al mismo tiempo hemos renunciado a las
virtudes y
capacidades vinculadas a lo emocional, a los trabajos de cuidado, al
mundo femenino
que ha carecido de valoración socio-económica y cultural.
Esa omnipotencia también ha generado sus patologías,
las cuales nos han mantenido en muchos casos aferrados a un yugo. Prisioneros
en la cárcel de la masculinidad hegemónica que nos ha exigido demostrar de
forma permanente nuestra hombría y ocultar bajo mil escudos nuestra humana
vulnerabilidad.
Es urgente, pues, que los hombres
empecemos a mirarnos por dentro y a analizar críticamente nuestro lugar en un
pacto social que nos hizo vencedores, aunque paradójicamente también nos condenara
a renunciar a todo lo que no cabía en el prototipo del que Joaquín Herrera
denominó "depredador patriarcal". Es
necesario que nos reubiquemos en lo privado, que reivindiquemos y ejerzamos nuestro
derecho-deber de corresponsabilidad en el ámbito familiar, que asumamos los
valores y las habilidades que durante siglos negamos por entenderlas como negadoras
de nuestra masculinidad y, por supuesto, que encabecemos junto a nuestras
compañeras las luchas aún pendientes por la igualdad. Un compromiso que se hace
especialmente necesario ante la crisis del Estado Social y la reacción
patriarcal que empieza a vislumbrarse, dos factores que no sólo ralentizan la
agenda feminista sino que incluso ponen en peligro los derechos que creíamos
definitivos.
La conquista de la democracia
paritaria pasa necesariamente por la revisión de la masculinidad patriarcal y
por un proceso de transformación socio-cultural en el que los hombres hemos de
asumir un papel protagonista. Sin él, los logros serán puntuales y frágiles, de
manera que se continuará prorrogando un orden que sigue empeñado en ofrecer más
obstáculos a las mujeres en el ejercicio de sus derechos y que en los últimos
tiempos está desarrollando mecanismos cada vez más sutiles de dominación.
Esa
revisión debe incidir a su vez en la armonización entre lo público y lo
privado, así como en la redefinición de una racionalidad pública hecha a imagen
y semejanza de los hombres. En estos momentos de crisis política y económica es
más oportuno que nunca plantear otras maneras de ejercer el poder, de organizar
la convivencia y de gestionar los conflictos.
Es necesario encontrar, como ya plateara
Virginia Woolf en sus Tres guineas, “nuevos
métodos y nuevas palabras”. Un reto que exige la superación de la subjetividad
patriarcal, la apuesta por masculinidades heterogéneas y disidentes y la
configuración de una ciudadanía capaz de superar los binarios –público/privado,
razón/emoción, producción/reproducción, cultura/naturaleza,
heterosexualidad/diversidad afectivo-sexual– que durante siglos han servido
para mantener subordinadas a las mujeres y en posición de privilegio a los hombres.
Aunque
también, y eso es algo que yo he ido descubriendo al quedarme desnudo
frente al
espejo, esa hombría impuesta nos haya condenado, a la mayoría sin ser
conscientes de ello, a perdernos todo aquello que el orden cultural
dominante
entendía que entraba en contradicción con la demostración pública de
nuestra virilidad. De ahí el doble compromiso que como hombre demócrata
asumo como
irrenunciable, el que comienza por quitarme la máscara del género que me
atosiga y que continúa con la militancia feminista que parte del
convencimiento de que la democracia o es
paritaria o no es.
Octavio Salazar Benítez es profesor de Derecho Constitucional de la
Universidad de Córdoba y autor de Masculinidades
y ciudadanía. Los hombres también tenemos género (Dykinson, Madrid, 2013).
Imagen: “La lección de
esgrima”, Fernando Bayona
Fuente: http://blogs.elpais.com/mujeres/2013/04/los-hombres-tambi%C3%A9n-tenemos-g%C3%A9nero-1.html
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